viernes, 28 de octubre de 2016

Dos por uno

Muchas veces abro un documento en blanco dispuesto a juntar un buen puñado de letras y me envuelve un ligero sentimiento de tristeza hacia el tema que tengo ya en mente; tristeza porque, de verdad, no es que quiera, pero casi siempre me toca despotricar. Me encanta el cine, es una realidad, y seguramente eso tenga la culpa de mis malas palabras. A nadie le sienta bien que maltraten sus gustos.

Hoy he decidido rebuscar en el cajón. Bien podría plasmar una crítica de “Inferno”, que con esto de haber puesto el cine a un precio normal también me aventuré a verla, pero bajo mi opinión no tiene la suficiente “chicha” ni para hacer una mala crítica. Una película más, una historia más. Se deja ver, no destaca, no entusiasma y, lo que seguramente sea peor, no defrauda. Crítica hecha, ¡hasta la semana que viene cinéfilos!

Por evitar ser patético, como ya he dicho, he rebuscado en el cajón. Y del cajón he sacado una película que antes incluso de empezar este proyecto quería traer. No es para mí una crítica nueva, de hecho ya escribí sobre ella en un blog que tuve en sus tiempos, aunque con un tono mucho más duro y, por qué no, más pedante. Me gustaría despotricar, os moleste o no, de “El lobo de Wall Street”.

Afirmo casi con total seguridad que no hay otra película en Hollywood que encaje más con poder y no querer. Esta es, junto con la segunda parte de “El Hobbit”, la película que más de mala hostia me ha puesto al salir de la sala de los últimos diez años; y no creo haber ido pocas veces al cine, aunque no tantas como me hubiera gustado poder. ¡Qué manera de tirar una idea por la borda! ¡Y qué manera de ganar dinero!

Eso es el lobito, dinero. Una película que habla de cómo ganar dinero, hecha para ganarlo. Y ahora diréis ¡Pero hombre A, si el cine es un negocio, para eso está! —, y a ver, razón no os faltaría. Pero yo espero mucho más; espero que las masas algún día evolucionen y le permitan al cine ganar dinero sin tirar talento. Seamos francos, esta película podía, y podía mucho. Pero no quiso; se conformó con presentar una idea magnífica con un buen saco de barcos y putas vaya ser que alguien se aburriese y se quedase corta en taquilla.

Nada como basar tu guión en excesos, grupos de deseo, bromas desmedidas, vicio y muchas frases cortas que no hagan pensar al espectador para reventar la taquilla. Pero qué vacío se queda el texto cuando lo importante se diluye en cómicas banalidades que bien debieran ser poco más que una breve adjetivización de la trama real. Vacío en ideas, pero lleno de adeptos; qué casualidad.


Claro que pobre Leo. Otra vez se quedó sin su tan ansiado tesoro, otro año sin Óscar, otro año anhelando la estatuilla. Y otra vez a saltar enbravecidos en las redes a ver si la academia escucha las plegarias de tamaños eruditos y dejaba de premiar a un mediocre Matthew McConaughey pro de Leo. Pues no quisiera yo postularme a favor de la academia, que ya expresaré mi opinión otro día, pero en 2014 el acierto en este campo fue indiscutible. Di Caprio está verdaderamente flojo, remonta algo en cuanto la coca toma el control del personaje, pero cuando Matthew es capaz de hundirte en la primera escena que comparte contigo en la mesa de un bar pijo, difícil lo tienes; y oye, menos mal que en esta estaba de secundario


A.

1 comentario:

  1. Esta película me recordó (vete a saber porqué) a "Infiltrados en la universidad", llena de chistes fáciles, bromas soeces y tetas random.

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